Después de esto, Jesús salió y se fijó en uno de los que cobraban impuestos para Roma. Se llamaba Leví y estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos. Jesús le dijo: – Sígueme. Entonces Leví se levantó, y dejándolo todo siguió a Jesús. Más tarde, Leví hizo en su casa una gran fiesta en honor de Jesús; y muchos de los que cobraban impuestos para Roma, junto con otras personas, estaban sentados con ellos a la mesa. Pero los fariseos y los maestros de la ley pertenecientes a este partido comenzaron a criticar a los discípulos de Jesús. Les decían: – ¿Por qué coméis y bebéis con los cobradores de impuestos y los pecadores? Jesús les contestó: – Los que gozan de buena salud no necesitan médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan a Dios. (Lc 5, 27-32) |
Los educadores, a veces caemos en el defecto, de dedicarnos a los "buenos" alumnos e ignorar a los "malos". Si de alguien deberíamos ocuparnos es de aquellos alumnos que tienen dificultades, que tienen una mala conducta, que no nos caen bien. Seguramente detrás de ellos encontraremos una historia de dificultades, de problemas familiares...Son esos los que necesitan la total dedicación de los educadores. Los "buenos" aprenden solos. No nos necesitan.
"Jesús se reúne con todos. De hecho, rompe las normas de pureza tradicionales del mundo judío de aquellos tiempos cuando se sienta a comer (con todo el significado que tiene compartir la mesa y que para los cristianos se convertirá en la Eucaristía) con publicanos y pecadores. Todos son gente mala, personas con las que un buen judío procuraba evitar todo contacto. Su pecado podía manchar al que se sentaba a comer con ellos o simplemente le tocaba o tenía relación con él. Y en la mentalidad judía de aquel tiempo, Dios no podía admitir la impureza. Para relacionarse con él había que ser puro. Sólo los puros, los que cumplían todas las normas, podían acercarse a Dios sin temor a la muerte súbita.
Pero Jesús rompe con esa tradición. Dios se acerca a todos. Dios no excluye a nadie. Todos son hijos e hijas suyos. Todos son hechura de sus manos. Todos son amados por Él. Todos. Todos. Hay que repetirlo para convencernos de ello. Porque demasiadas veces en la historia de la Iglesia hemos buscado también esa pureza y hemos ido excluyendo a los que nos parecía, nos parece, que son malos. Porque pensamos que están en pecado (algo que curiosamente siempre en la historia de la Iglesia se ha dicho que pertenece a la conciencia de la persona, más allá de que lo que objetivamente se haya hecho pueda ser grave) o que tienen una determinada forma de pensar.
Recientemente he oído de un sacerdote que ha negado la comunión a un hombre homosexual. Y luego ha habido un obispo que ha defendido su postura diciendo que para comulgar hace falta estar en gracia de Dios. ¿Cómo puede alguien juzgar si otra persona está o no en gracia de Dios? ¿Qué tipo de examen habría que hacer a todos los que se acercan a comulgar? También me he encontrado con alguno que me dice que la Iglesia debería ayudar en caridad solamente a los suyos. Algo así como que para atender a una persona necesitada se le tuviese que pedir el certificado de fe cristiana. ¡Qué horror!
No podemos excluir a nadie sino acoger a todos. Como hizo Jesús. Lo de convertirse ya es un proceso personal que ninguno de nosotros tiene derecho a juzgar."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)
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