martes, 4 de julio de 2023

EN LAS TORMENTAS DE LA VIDA


  
esús subió a la barca, y sus discípulos le acompañaron. De pronto se desató sobre el lago una tempestad tan fuerte que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había dormido. Sus discípulos fueron a despertarle, diciendo:
– ¡Señor, sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo!
 Él les contestó:
– ¿Por qué tanto miedo? ¡Qué poca es vuestra fe!
Dicho esto se levantó, dio una orden al viento y al mar, y todo quedó completamente en calma. Ellos, asombrados, se preguntaban:
– ¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?

En las tormentas de la vida debemos confiar en Él. Nadie tiene una vida plácida. Hay tormentas que nos las buscamos, pero también muchas que no las esperamos. Jesús duerme; pero está ahí, junto a nosotros. Esas tormentas nos acercan más a Él. es el momento de confiar, es esperar que Jesús nos salvará de ellas y calmará las aguas; pero, eso sí, hemos de confiar, de creer en Él.
"Hay profetas de desgracias que siempre lo ven todo negro. Da la impresión de que no hay futuro ni esperanza. Cada tormenta parece que es peor que las anteriores. El evangelio de hoy parece que recoge un momento en el que los discípulos se sentían así. La tormenta en el lago arreciaba. Las olas eran más altas que la barca. Todo se movía. Estaba oscuro porque las nubes de la tormenta tapaban el sol. Y los discípulos pensaron que el fin estaba cerca.
Pero Jesús dormía. Está claro que Jesús se mueve en otra onda, a otro nivel. Duerme tranquilamente porque sabe que no es más que una tormenta. Y, como dice el refrán, “siempre que llueve escampa”. O no escampa. De hecho, a Jesús le llegó el momento en que la tormenta no pasó. Le llegó la tormenta definitiva. Fue el momento de la cruz. Pero allí mantuvo la esperanza en su Padre del cielo. Contra todas las apariencias, contra todos los pesares, creyó en su Padre, confió en que no le iba a dejar en la estacada. Eso no disminuyó el dolor ni la angustia. Lo vemos en su grito en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Pero su sufrimiento convivió con la fe. Porque se sabía acompañado por el amor del Padre, de su Abbá.
El que tiene bien afianzados los pies en la esperanza y en la fe, aún sintiendo que el suelo se mueve, que la tormenta arrecia y que las nubes son muy negras, se mantiene firme. Puede ser que sienta que el miedo y el temor le brotan desde el corazón. Los creyentes no estamos exentos de las tormentas por las que hay que pasar en la vida. Mucho menos, estamos exentos de la tormenta final, la muerte, que no sabemos cómo nos llegará. Pero, con todo y con eso, la fe nos ayuda a mantenernos firmes en la esperanza.
En las tormentas que la vida nos va haciendo pasar podemos gritar desesperados como los discípulos o bien mantenernos firmes en la esperanza. Dios no nos deja de su mano. 
Conocí a una gran minusválida que decía que estaba convencida de que Dios la quería mucho. Ciertamente de una forma un poco rara, pero la quería. Eso es mantenerse en la fe a pesar de todos los pesares."
(Fernando Torres, cmf, Ciudad Redonda)

No hay comentarios:

Publicar un comentario